Vivimos en tiempos de acelerados cambios socioculturales provocados en parte por el impacto transformador de las tecnologías digitales. Son tiempos líquidos y la educación requiere nuevos modelos para construir una identidad digital como sujetos con capacidad de sobrevivir y surfear en estas aguas turbulentas.
En su libro 'LOS RETOS DE LA EDUCACION EN LA MODERNIDAD LIQUIDA' Zigmunt Bauman parte de lo que llama el "síndrome de la impaciencia", un estado de ánimo que considera como abominable el gasto del tiempo. Así, el consumismo característico de estos tiempos no se define por la acumulación de las cosas, sino por el breve goce de éstas.
Desde esta visión se ve a la educación como un producto, más que como un proceso. Así la educación parece abandonar la noción del conocimiento útil para toda la vida, para sustituirla por la noción del conocimiento de "usar y tirar". En el siguiente vídeo al Sr. Zygmunt Bauman, sociólogo y filosofo, es conocido por ser el creador del concepto de modernidad líquida.
La Educación necesita repensarse constantemente, para que responda a las exigencias y demandas de los educandos de cada época. Este desafío nos permite ir sorteando las crisis sin encontrar una respuesta definitiva sobre la que poder acumular esfuerzos en aras de la calidad. Los docentes actuales recelan, no sin razón, de dar su adhesión a corrientes pedagógicas más o menos novedosas, pero sin una visión global e integradora de los principios coherentes de las ciencias humanas. La educación sigue despertando controversias, tensiones y aventurando respuestas innovadoras, sin rumbo fijo, navegando en un océano de incertidumbre, a través de un archipiélago de certezas.
La educación va atravesando etapas de confusión y de esplendor, siempre buscando entre escollos la eficacia y la mejor preparación de la persona para la vida social y para el empleo. En nuestro empeño está la opción patente por el educando, como protagonista auténtico de la educación, pero resaltando el desafío que tiene todo el sistema educativo de crear estructuras humanizadoras que tengan en cuenta su centralidad en los procesos que hoy impone una escuela compleja, sometida a los vaivenes de la moda y a las experiencias de los nuevos recursos de la sociedad tecnologizada. Definitivamente creemos que el paradigma sociocognitivo debe imponerse para la construcción integral del educando, desde la forja de la persona integral, autónoma y libre, que le prepare para su plena inserción en la sociedad y para su realización óptima de su persona:“El sentido de la educación es conservar y transmitir el amor intelectual a lo humano” (Savater, F. 1997: 180).
DEFINICIÓN, SENTIDO Y VALOR DE LA EDUCACIÓN HOY.
En épocas de crisis en las que los docentes desertas de su profesión en busca de tareas menos desgastantes y con más compensaciones, puede resultar paradójico exaltar los valores y méritos de la misión más imprescindible y trascendente de nuestro tiempo. Aún a sabiendas que educar es ir contracorriente, que ser educador hoy es una pesada carga que toda la sociedad pone sobre las espaldas para ejercer una profesión-panacea para todos los males que la acucian. El abandono de los maestros se ha convertido en el “problema moral” número uno de nuestro tiempo. No podemos concebir un mundo sin escuelas y escuelas sin buenos profesionales, a pesar de reconocer que “la educación encierra un tesoro” (Delors) y que es la experiencia más decisiva en nuestras vidas. Necesitamos precisar la definición desde la que partimos, para comprender el sentido y trascendencia de la Educación, pues se emplean términos indistintamente, como Pedagogía-Educación-Instrucción, que generan confusión y reducen su verdadero sentido. En este mismo orden iríamos de la teoría a la praxis más concreta:
- Pedagogía recoge las teorías, reflexiones y las distintas maneras de concebir la Educación. Recogiendo la síntesis de Durkheim (1980: 70): Pedagogía es la ciencia que fundamenta la Educación, mientras que la Educación es la materia de la Pedagogía.
- Educar es una forma de hacer Pedagogía, pues comprende las prácticas o las acciones de los padres o los maestros sobre los niños con una intención formadora. La educación no tiene límites en sus formas de realizarse, una de ellas es la instrucción, cuando se limita a la transmisión cultural o unos contenidos de aprendizaje.
Podemos hallar múltiples definiciones de Educación, pues su forma de concreción responde a una interpretación específica de los tres pilares que la sustentan:
La Educación representa el umbral de todo ese campo semántico, pues ella abarca cuanto podemos decir de la acción intencional de desarrollo integral del ser humano a través de una pedagogía. El concepto de educación debe entenderse desde estos tres campos disciplinares que enmarcan su plena identidad:
- Antropología: Centrada en el conocimiento del sujeto que queremos educar, sus cualidades, necesidades y potencialidades. Conocer al educando es el primer paso para la plena construcción y formación de la persona. La auténtica antropología pedagógica debe ser “presencial” (M. Buber) y partir del trato directo con el hombre: el de la relación con las personas. Kerschensteiner le exigirá como condición primaria al educador la capacidad de “penetración psicológica”, que se completa por la acción en el seno de una comunidad pedagógica.
- Teleología: La ciencia de los fines, que nos orienta hacia qué metas tendemos, qué tipo de persona queremos formar, con qué cualidades, competencias, actitudes y valores. Educar exige personalizar, socializar y formar al ciudadano para la vida. Nos ayuda a definir qué tipo de alumno queremos formar, concretán la utopía abierta de la perfección humana.
- Pedagogía: Es el arte y ciencia, la teoría y técnica de la Educación. El concepto fundamental de la pedagogía es la educabilidad del alumno” (Herbart). La educabilidad es la capacidad receptiva, disposición o plasticidad, -“modificabilidad” para R. Fuerstein- “potencialidad” ZDP, para Vygotski- la tendencia activa a aprender los contenidos y los valores necesarios para la formación integral. Hoy se subraya el papel imprescindible, la implicación y esfuerzo del sujeto en su propia formación. La ciencia que nos orienta y ayuda a buscar los medios más adecuados de todo orden para una educación integral de calidad. Didáctica: Ciencia y arte de la enseñanza, de los métodos de instrucción que organiza los procesos de aprendizaje.
No es fácil comprender que haya personas que quieran dedicarse a la noble misión de educar sin amar con pasión su oficio y sin saber explicar sus valores ocultos. Bauman nos alerta de los “retos de la educación en la modernidad líquida”: Síndrome de la impaciencia y de la búsqueda de la gratificación inmediata; considerar la educación como un producto y no un proceso; que hace del conocimiento una mercancía; que desafía la veracidad del conocimiento; que lo que vende es la velocidad, la diferencia, en un mundo sin ningún tipo de estabilidad… Todo ello nos presenta el reto definitivo de “aprender a vivir en un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo” (Bauman, Z, 2007: 46).
EDUCAR ES A LA VEZ CIENCIA Y ARTE.
Es conveniente insistir en la necesidad de disponer de un “tronco común” de conocimientos teóricos que orienten y clarifiquen al educador a la hora de tener que elegir las herramientas. La Educación es ciencia y arte. La ciencia nos justifica los porqués, las razones y argumentos por los cuales actuamos de una manera o de otra. La ciencia nos sirve de referente teórico que ayuda al discernimiento y a la toma de decisiones. En la caja de herramientas no aparece el “Manual de Instrucciones” o la teoría sobre el aprendizaje, las inteligencias o los conjuntos, porque, se sobreentiende, que está en el bagaje de conocimientos del docente. A todo manual le precede una teoría, una investigación y una evaluación de su eficacia. El arte es nuestra capacidad transformadora, nuestro modo de adaptar la utilización de un instrumento o aplicación de una estrategia a una situación dada. El arte se apoya siempre en unos cánones estéticos, en una normativa que guía al artista, que le permite combinar los elementos en cada nueva obra. El arte aplica el proceso adecuado que le inspira su buen entender, pero proyectado por el saber. Pero nos importa distinguir la educación como tarea intencional, que sólo puede ser atribuida a la acción responsable del adulto. Pedagogía y Psicología se dan la mano en este proceso de interacción educativa, como bien intuyó Durkheim: “Sólo la historia de Enseñanza y de la Pedagogía permite determinar los fines que debe perseguir la educación en cada momento. Pero, por lo que respecta a los medios necesarios para la consecución de los fines propuestos, hay que recurrir a la psicología” (Durkheim, E. 1980: 88).
La primera cuestión que necesitamos clarificar es la de la propia identidad del docente, tanto como instructor como educador. El posicionamiento en este campo ya nos permite discernir una serie de principios que aportan sentido o delatan su vaciedad. ¿Qué es y qué sentido tiene para los docentes la palabra Educación? Indudablemente la pregunta puede ampliarse o iniciarse desde la comprensión de la Instrucción y también culminar con misión social, para descubrir la trascendencia de una profesión y el carácter inherente, tan marcadamente socializador y ético. Encontrar una definición compartida de educación debiera ser la primera tarea de un equipo de educadores que asumen un mismo proyecto educativo, para llegar a identificar qué elementos antropológicos, teleológicos y psicopedagógicos se ponen en común.
En educación no podemos esclavizarnos a un simple método, ni siquiera a un solo paradigma, pues necesitamos compaginar mundos muy diversos (cognitivo, afectivo, social, axiológico…), máxime cuando las aulas se han transformado en un abigarrado y plural ámbito de culturas, idiomas, niveles, actitudes… Esta inmensa dificultad que experimentan los docentes necesita la búsqueda de una orientación ecléctica, pero bien fundamentada. Necesitamos realizar nuestra síntesis, encontrar un paradigma integrador, al que podemos echar mano para dar coherencia a la hora de integrar todos los haces de luz en una misma dirección. Nos referimos al PARADIGMA DE LA MEDIACIÓN EDUCATIVA que viene demostrando su capacidad de ayudar a cambiar el modo de comprender la educación y de enriquecer los estilos de enseñanza-aprendizaje en las aulas.
La historia de la educación ha ido focalizando su atención en los elementos esenciales, pero sin integrarlos: Han privado los contenidos sobre la forma de presentarlos por los docentes, o han privado los métodos por encima del protagonismo de los alumnos. Educar no es una reducción a lo que cada uno considere más importante, sino que cada elemento tiene su peso, pero sin despreciar nada. La formación del docente debe aportarle todo un sistema de creencias, de convicciones, que permitan un glosario común actualizado de conceptos psicopedagógicos, asumidos por la comunidad educativa.
De cuanto llevamos expuesto ya podemos cuestionar y hacer el primer análisis de la realidad pedagógica que nos envuelve:
- ¿Cuáles son los principios que cimentan nuestro método pedagógico?
- ¿Cuál es realmente el método de enseñanza-aprendizaje que sigo con relativa frecuencia?
- ¿Cuál es la importancia dada por cada docente a: Profesor- Alumno- Contenidos- Método- Clima de Relaciones- Actividades- Evaluación.
Avanzando un paso más en este análisis pedagógico, pero necesariamente concreto, pues justamente la educación actual adolece de una falta de concreción de metas. La primera de ellas debería responder a esta cuestión: ¿Qué tipo de persona queremos formar? Definiendo el perfil utópico del resultado de todos los procesos formadores en todas las dimensiones que seamos capaces de contribuir desde las oportunidades que puede ofrecer la vida escolar. Si seguimos este camino de reflexión es porque hemos constatado que si no nos marcamos unas metas, no podremos nunca seleccionar los medios y los recursos de todo tipo, que nos ayuden a buscar esos logros.
La mirada analítica nos va a ayudar a volver a descubrir mejor el potencial de cada uno de los protagonistas del acto educativo. El primero, sin duda, va a ser fijarnos en el educando, el auténtico protagonista, que necesitamos implicar en nuestro proyecto, pues sólo el profesional puede ser el creador y gestor de un proyecto educativo. Y la cuestión esencial es: ¿Cómo aprenden los alumnos? ¿Cuál es la actitud, estilo cognitivo, la motivación de cada educando? ¿Cuáles son sus dificultades o necesidades? ¿Cómo ayudarles a solucionarlas? Estas preguntas nos pueden ayudar a hacer una inmersión en la epistemología, conscientes de poner a prueba nuestra profesionalidad, para poner en armonía mente, corazón, entorno… El aprendizaje no es una actividad inmediata ni directa, sino que es un proceso transformador, pues aprendemos también con todas nuestras vísceras.
TOMAR LA EDUCACIÓN EN NUESTRAS MANOS.
Cada día se hace más difícil seguir bregando en el mundo educativo. Los problemas de la sociedad tienen su impacto en la vida de las aulas y en la tarea formadora. Los conflictos sociales se reflejan en las relaciones del micromundo de cada aula. Sin embargo, parece que nunca hemos tenido tantos medios como ahora para hacer que la educación mejore su calidad. A sabiendas de que hay muchas soluciones y que no parece que hayamos encontrado la definitiva, queremos apuntar un camino seguro y eficaz de formación, con elementos muy valiosos para el cambio pedagógico que hoy se necesita en la educación. ¿Por dónde empezar?: “Conocer lo humano es, principalmente, situarlo en el universo y no cercenarlo. Interrogar nuestra condición humana supone interrogar primero nuestra situación en el mundo” (E. Morin, 2001: 57).
No avanzan los resultados positivos de las evaluaciones educativas al ritmo que sería de desear. Los países introducen reformas educativas sin llegar a dar con la clave de la respuesta para un mayor éxito educativo. Parece que los docentes pierden moral y desertan de la función docente, queriendo buscar otros oficios más llevaderos y con menos desgaste. La educación sigue siendo imprescindible para la formación de una sociedad más habitable, más justa y más solidaria, pero la sociedad no encuentra los medios para que la escuela recupere su prestigio y los educadores la autoestima que merece su trascendente e imprescindible labor social.
Los cambios educativos y los programas experimentales nos han abierto pistas muy clarificadoras para poder ahondar en las propuestas pedagógicas en la sociedad del conocimiento. Parece como si existiera una ceguera contagiosa que impide ver las auténticas causas que producen las deserciones de los docentes y los mediocres resultados de muchos alumnos en los diversos países de la OCDE –especialmente nos referimos a los resultados de PISA (Programa Internacional de Evaluación de los Estudiantes del mundo, de 15 años). Y, sin embargo, todas las respuestas que se están dando, como resultado de las innovaciones en torno al aprendizaje por competencias o al desarrollo del pensamiento, a la formación de la inteligencia, etc., nos llevan a la misma conclusión: Para educar hoy necesitamos maestros que sepan trabajar en equipo, que sean profesionales de su oficio, que sepan ayudar a construir la mente de sus alumnos, a través del aprendizaje de sus disciplinas curriculares, pero en un clima de interacción y sana convivencia.
Parece sencillo, pero no se ha entendido. Existe una reiterada convicción de que los profesores siguen preocupados por transmitir contenidos –centrados en la instrucción-, no enseñan a pensar, sino que se limitan a transmitir los contenidos de sus materias. No enseñan a aprender, pues cada uno emplea su método, sin preocuparse cómo compaginar y complementar el método de los demás docentes. El problema de las teorías implícitas denuncia este fallo profesional: Casi todos los profesores –carentes de una básica formación psicopedagógica- enseñan a sus alumnos de la forma como ellos aprendieron a estudiar. Hemos constatado esta hipótesis en nuestra investigación (El perfil del profesor mediador), demostrando que más del 90% del profesorado consultado en España y en varios países de América Latina (N=860), no tiene un método concreto, no sabe definir los pasos que construyan una programación de aula y que expresen su propuesta pedagógica.
LA PERSONA HUMANA ANTE TODO: HUMANIZAR LA EDUCACIÓN.
La persona humana es el primer camino que la escuela debe recorrer, haciendo de cada aula un laboratorio de humanidad. El problema que más “indigna” a la sociedad de hoy es la falta de calidad humana, que se nos espeta a diario en la violación de los derechos humanos, el desprecio a la vida, la violencia, el secuestro, el terrorismo, las guerras, el hambre, la exclusión, la falta de escuelas, la alienación consumista, la corrupción política y el sinsentido… Los educadores sufren el desgaste lento de la “indignación” impotente, que nos hace recordar el pensamiento de M. Gandhi: “Creer en algo y no vivirlo es deshonesto”. Ser auténticamente humanos es la única alternativa para poder acoger al otro tal como es, respetarlo profundamente y comprometerse por devolverle su plena dignidad por un trabajo educativo sistemático: “Hay un solo heroísmo: ver el mundo como es y amarlo” (Romaní Rolland). La misma escuela cristiana tiene que pasar de la religión a la humanidad, de la dureza a la ternura, de la tensión y el castigo al incentivo motivante de la autoestima y el éxito. Esta escuela debe dejarse vitalizar por las razones profundas de la buena noticia que transmite, que nos evoca el pensamiento de San Clemente de Alejandría: “Nuestra vida debe ser una primavera porque tenemos en nosotros la Verdad que nunca nos hace envejecer”.
La escuela necesita clarificar su propuesta de humanidad, empezando por constituirse en comunidad que vive la fraternidad que proclama. Falta una clara alternativa de fraternidad con clara brújula de sentido, de experiencia de auténtica libertad y búsqueda de la verdad, la belleza y la bondad, formando criterios sanos y universales. La necesidad de clarificar nuestra propuesta de humanidad es tanto más urgente cuanto más aumenta hasta el desconcierto de una sociedad incierta y sin rumbo. Hoy se prefiere hablar de paradigmas de humanidad, hacia una nueva sociedad, un paradigma antropológico y cultural, como alternativa al pensamiento único dominante. Así podríamos resumir esta invitación desafiante: “Lo nuestro es recordar dónde está la fuente de lo humano y hacer que mane y haga fecundo el campo de nuestra sociedad” (Arnáiz, J.M. 49).
Nuestras experiencias cotidianas y nuestros subconscientes son un muro infranqueable en el que chocan los más sublimes proyectos. Me guardé esta cuestión que A. Marina nos lanza en su libro Ética para náufragos, como corolario desafiante de nuestro compromiso: “¿Podremos crear un proyecto de humanidad que nos seduzca de forma irresistible?” (Marina, A. (1995: 99). Para llegar a encontrar adeptos para esta “utopía” hay que crear un clima donde puedan avanzar nuestros criterios sobre el progreso moral, que Marina toma de Sánchez Vázquez: 1) Ampliación de la esfera moral a expensas sobre todo de la legal; 2) elevación del carácter consciente y libre del comportamiento; 3) concordancia de los intereses personales y colectivos y 4) proceso dialéctico de negación y conservación de los elementos morales anteriores. El ideal solidario de construir comunidad queda siempre como meta de nuestro proyecto humanizar.
Pero el auténtico promotor de este nuevo enfoque sólo puede ser la profesionalidad de los docentes. Compartimos con el Prof. Penalva (2006: 122) que “la educación se pervierte cuando se corrompe la profesionalidad, es decir, cuando se pierde el sentido de humanidad”. Por eso reafirma los rasgos de esta nueva profesionalidad que desembocan en un “sentido de humanidad”, que implica:
-Esclarecimiento de los verdaderos valores de la vida.
- Confianza en el hombre, como convicción básica.
-Alegría ante el mundo, como temperamento intelectual.
-Seriedad ante la realidad, como carácter intelectual.
-Compromiso por la transformación social, como opción moral básica”.
El núcleo esencial del arte de educar, la condición de posibilidad para que la educación sea realmente educativa, es decir, para que produzca formación, es la existencia de verdaderos educadores.
PONER LOS FUNDAMENTOS DE UNA PEDAGOGÍA HUMANIZADORA.
El pórtico de nuestros principios humanistas podríamos traducirlo así: Cada ser humano es único, irrepetible e importante, con absoluta dignidad. Debemos añadir, a renglón seguido, que nuestra visión de la persona debe ser integral, acogiendo y respetando cada una de sus dimensiones (biológica, psicológica, afectiva, social, religiosa…), así como sus potencialidades: “Nada humano debe sernos ajeno”. Así mismo, los educadores necesitamos asumir que cada uno es un ser dinámico, una entidad modificable, en constante cambio, pero sometidos a los imperativos de cada cultura, que nos configura y nos marca. Podríamos decir que nuestro entorno cultural nos formatea para entender la vida, para aprender y para ser con un sello específico. Debemos contar con las resistencias lógicas al cambio, mientras no tengamos asumida una teoría coherente de pensamiento que nos permita argumentar nuestra opción.
F. Savater (1997: 113) en el lúcido análisis de las contradicciones de la educación actual, nos lanza la cuestión:¿Es posible pensar una “humanidad sin humanidades?” ¿Qué papel deben jugar las Humanidades, como disciplinas, en esta propuesta formativa? ¿Es su impacto más imprescindible que otras materias? Siguiendo a Savater, vamos a responder a las cuestiones fundamentales:
a) ¿Cuál es el origen de las Humanidades?
b) ¿Qué aporta la Educación Humanista?
c) ¿Qué capacidades desarrollan las Humanidades?
d) ¿Qué obstáculos plantea el estudio de las Humanidades?
e) ¿Qué nos deshumaniza?
f) ¿Qué exigen las Humanidades al educador?
Prestar atención a las CORRIENTES PEDAGÓGICAS ACTUALES.
Los docentes debemos buscar la coherencia pedagógica en nuestro estilo y forma de enseñar, para poder descubrir en qué nos acercamos o distanciamos con los maestros del aprendizaje y de nuestros mismos colegas docentes. La razón última es por la necesidad de dar consistencia a nuestros métodos, para que cristalicen en modelos aprendidos por los alumnos y para que aporten continuidad y eficacia a la pedagogía institucional.
Como aportación y contraste podemos seguir el presente esquema, que sintetiza lo que pudiéramos llamar las distintas formas de aprendizaje, casi con una sinonimia y proximidad total. ¿No podríamos decir que la experiencia de aprendizaje mediado es una prueba de aprendizaje significativo? ¿Acaso toda intervención en la ZDP no es también una EAM?
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